Crónica de la jornada de senderismo acuático en el Tajo (3/7/2011)
Cuando llegué al mirador, con un cuarto de hora de antelación, y me asomé al río, el peñón se alzaba majestuoso por encima de la tranquila superficie de las aguas del río Tajo dando, expectante, la bienvenida a los exploradores. De estos restos, ahora silenciosos, en una época de nuestro pasado emanaban los típicos ruidos de una aceña. El bronco sonido de las muelas (o tal vez volandera) machacando el grano para convertirlo en harina en su lento y pesado girar sobre la solera, acompasado por el rítmico vaivén del cernedor con su traqueteo purificador que separaba el salvado de la harina; el cantarín sonido de la corriente del rio al golpear contra las palas del rodete que, haciendo chirriar la catalina y la linterna, impulsaban las piedras de la molienda. Si hubiésemos puesto más atención o nos hubiéramos acercado, acultas bajo esos ruidos de fondo, tal vez podríamos haber sorprendido las conversaciones del molinero y sus rudos clientes campesinos departiendo sobre las cosechas, el tiempo o los últimos dimes y diretes del pueblo.
Aunque la soledad del mirador me hacía pensar que era el primero en llegar, no era así, pues desde mucho antes ya estaba el esforzado Fausto (realizando su infravalorada y encomiable labor educativa) rodeado de unos cuantos zangolotinos a los que, por turnos, permitía, bajo su estricta vigilancia y según sus docentes indicaciones, dar paseos en su piragua cauce arriba y aguas abajo de esta zona del río, mientras el resto del grupo departía o jugaba con el agua o tirando piedras al río, cerca de la orilla. El día seguía nublado lo que auguraba una jornada exenta de los rigores del asfixiante calor de la época.
Reunidos el exiguo grupo de participantes y tras las explicaciones del monitor Félix sobre las etapas del recorrido y la forma de realizarlo, nos pusimos en marcha río arriba por su margen izquierda encabezados por Félix que abría camino entre las aguas con su vara de medir mientras Fausto tiraba de la piragua cargada con los más pequeños y el resto intentábamos, no sin dificultad, acostumbrarnos a caminar trastabillando sobre el pedregoso cauce del río.
No lejos del lugar de partida descubrimos, escondido entre las matas de espadaña de la orilla, un nido de gallina ciega con dos huevos, pasando de largo para evitar que sus progenitores lo aborrecieran continuamos con nuestro recorrido mientras, a pie unos, en barco los más afortunados remontábamos la corriente río arriba.
Aunque la cuadrilla de senderistas no era muy numerosa, si era lo suficientemente valiosa como para contar con dos inanimados centinelas, acordes con la valentía e importancia de la tropa, la iglesia a cuya altura llegamos en primer lugar...
.. y el castillo cuya perperdicular no alcanzamos pero que, majestuoso y silente, observaba de reojo, con circunspección no exenta de indolente y divertida intriga el inseguro y tambaleante avance de la fila de intrépidos exploradores acuáticos.
Una vez atravesado el cauce del Tajo, cuya travesía me pareció la parte más dura por la dificultad de andar sobre el fondo de resbaladizas piedras, nos dirigimos, por la margen derecha, río abajo con la intención de visitar "los arenales".
El paraje que los malpiqueños conocemos como "Los arenales", es un brazo de arena por el que, durante siglos, los inviernos que el Tajo trae el caudal necesario, penetra un brazo de agua que discurre paralelo al cauce y desemboca de nuevo en él, antes de la fuente de "La Teja" arrastrando la tierra y la maleza y dejando la arena limpia en la superficie. Mediante las convenientes explicaciones y acertados avisos de Félix avistamos algunos intrépidos conejos y plantas característicos de estos parajes así como un par de "bañas" de jabalí en la zona más baja y húmeda del curso de este brazo de río. Siguiendo su ahora seco curso desembocamos en la cabecera de la isla de enfrente del desgüe del pueblo que era uno de los objetivos que Félix nos había marcado para nuestra excursión.
Después de las pertinentes, prolijas y documentadas explicaciones con las que nos obsequió nuestro altruista monitor sobre la formación de este tipo de islas, y de esta en particular, y la dinámica fluvial del cuace en este tipo de estructura en dos brazos con una corriente de cabecera, en donde la vegetación va fijando la tierra y los sedimentos ampliando la superficie de la isla y aumentando la corriente de los brazos laterales que erosionan las orillas, emprendimos de nuevo la marcha, corriente arriba, para regresar al punto de partida
En mitad del trayecto de vuelta, lo pertinente era hacer un descanso, bueno es un decir pues después de que Fausto repartiese generosamente la merienda con la que pacientemente había cargado durante el periplo, la chiquillería siguió, como es natural, jugando con los dones del río (el agua, la arena y las piedras) mientras los adultos departían sobre lo acaecido y otros asuntos relacionados, de interés general, ambos grupos observados por la fascinada, inquisitiva y extrañada mirada de la perra de Emilio.
De vuelta al peñón, Félix explica los probables orígenes de estos restos y se emprende la limpieza colectiva de las ovas que la corriente ha ido depositando en ellos a lo largo de las crecidas del pasado invierno y que las altas temperaturas del estío junto con la humedad del río comienzan a descomponer.
Una vez cumplidos los objetivos de la jornada de senderismo acuático y de vuelta al lugar de partida, los niños, expectantes, rodean a Fausto (mientras este se recompone y desarena) con la mal dismulada intención de conseguir algún paseo en piragua.
Dejando a la chiquillería con su merecida recompensa y a Fausto continuar con su abnegada, filantrópica y minusvalorada labor, yo acometo la escalera de madera que me aupará hasta la calle del mirador, en donde tengo aparcado el automóvil.
Pero antes de abandonar el lugar, mi ojo electrónico lanza, en señal de despedida hasta una futura y no muy lejana cita, una postrera mirada al imponente y mudo testigo de todas las peripecias de esta entretenida velada: El peñón (restos de un antiguo molino hidráulico de ribera que, tal vez, según la hipótesis que cito al principio de esta página, sea el responsable del nombre de nuestro pueblo y, por tanto, quien más sabe de nuestra historia y tradiciones) estoicamente flanqueado por sendos sauces (plantados y criados por nuestro infatigable y excepcional monitor Félix) que me despide, al igual que me recibió, estoicamente con la serenidad que el transcurso del tiempo otorga.