Primera cacería a ojeo de la temporada 09/10 en el coto de caza "Los Olivares"
A pesar del cambio de hora de la noche anterior, cuando llegamos al punto de reunión, la gravera del "brazo la fuerza", el calor del sol aún continuaba evaporando el rocío de la mañana. Después del intercambio de saludos, fue muy celebrado Gonzalo "Marrangua" al que muchos veíamos por vez primera después de su boda, y bromas, unas más pesadas que otras, para establecer el orden jerárquico en el grupo, se acuerda, a propuesta de Pedro Ocaña, dar el primer ojeo, desde la Tamuja, el camino del Coto Escolar y el camino del Torrejón hacia el pueblo. Mientras los jóvenes se van a ojear, los que decidimos "ponernos" partimos hacia nuestro puesto, y digo nuestro puesto, pues aunque no se asignan, reparten o sortean de antemano los puestos, la costumbre de otros años hace que, salvo excepciones, cada uno tengamos tradicionalmente un sitio en donde nos gusta ponernos, bien porque en otras ocasiones han pasado por allí las barras de perdices, o no, o sencillamente es el sitio menos malo que nos han dejado. Cada uno hacemos nuestra pantalla con las ramas e hierbas que encontramos alrededor, introducimos los cartuchos en la escopeta y, con la emoción del primer lance, esperamos que la suerte nos sea propicia. Cuando terminamos de urdir el puesto aún había algo de neblina como puede apreciarse en la fotografía lo que nos favorecía, ya que camuflaba mejor nuestras siluetas y evitaba que el sol frontal destelleara al incidir sobre el metal de nuestras armas.
A lo lejos se oyen los primeros disparos y el corazón se acelera, sube el nivel de adrenalina en sangre, la tensión se acrecienta y ponemos todos nuestros sentidos en la vigilancia, cuando la línea de ojeadores llega a unos ciento cincuenta metros se levanta el primer bando, que me "cuquea" Javi, compuesto de séis o siete ejemplares que gira y vuelca por delante mio fuera de tiro, me tengo que conformar con realizar un disparo fotográfico a la perdiz guía cuando vuela en dirección al puesto de mi izquierda, ¡por lo menos ya las hemos visto! . Después de entrar otro bando por el sitio de Antonio, que descuelga una, se presenta una liebre delante de mi que no me atrevo a disparar por temor aque el rebote de los perdigones pueda impactar con alguno de los ojeadores que ya están a escasos cincuenta metros, se la señalo a Sebas que la mata en la misma puerta del cercado. Al final en conejo que levantan los perros corre camino adelante pero de nuevo la línea de tiro intersecta con Javi, le dejo pasar y le tiramos detrás Sebas y yo pero fallamos y cruza el camino en dirección a las atalfas del río en donde tiene su vivar. Aún se levanta alguna perdiz que se había quedado achantada y una libre, que osa salir en medio de un buen manojo de escopetas, se lleva al menos cuatro tiros, ¡buena pieza para vender al peso!. Los ojeadores llegan con los pantalones mojados hasta las rodillas a causa del rocío que se deposita sobre las alfalfas durante la bajada térmica de la noche.
Cada uno a nuestro paso y con los clásicos comentarios de después de un ojeo, nos dirigimos, todavía con algo de neblina, de nuevo hacia la gravera en donde nos está esperando Carlos de Micareva con las migas, revueltas con chorizo, panceta, pimientos y huevos fritos, que los clásicos regamos con vino tinto, de las que damos buena cuenta. Hacemos recuento y es tan escueto que genera los ya, desde hace unos años, desde que desaparecieran las olivas, típicos comentarios sobre la escasez de caza en el coto. También son clásicos los comentarios de los lances más afortunados o los más curiosos, salpicados de chanzas y bromas.
Después de llenar el estómago y reposar un rato, emprendemos la marcha para el segundo ojeo, que damos desde el camino de la fuente, la carretera adelante, hasta el cementerio y remetemos hasta el piso de la granja de Urtáin y el camino perpendicular, en la primera parte no vemos ninguna perdiz, pero en uno de los maices del otro lado de la carretera, ya cerca de la línea de escopetas levanto dos banditos, uno al entrar y otro en el centro que les entra a los que están puestos y les hace descargar sus escopetas.
En el tercer ojeo sedescuelga una perdiz en la raya del monte y otra en la curva del depósito del agua, en el valle de Las Minas, según comenta Eduardo no entran ni zorzales. Y abajo en las higueras mi primo Jandro sigue tranquilo esperando la barra de perdices que no llega.
No perdemos la ilusión pues queda el último ojeo que suele ser el mejor. Se ven dos buenos bandos, se tiran alguno tiros y es donde se abate el grueso de la caza. Como hace demasiado calor para dar otra mano optamos por tirar de frente a la gravera en donde nos espera otro refrigerio y, lo que más se agradece después del sofoco de la larga caminata, bebida freca.
Soltamos las piezas cobradas:
Y nos diponemos a comer:
Después se distribuye las piezas en montones para el reparto antes de concluir la jornada con un café en los bares del pueblo: